Bajo el cielo de París

¿Por qué no aquí? ¿Por qué no ahora? ¿Acaso hay mejor lugar para soñar que París?




Ella es morena, con el pelo negro y lacio y los ojos grandes, rasgados. En el cole le llamaban La China, y podría pasar por turca o vietnamita pero, en realidad, cuando se maquilla, se parece un poco a Pocahontas. Sólo que más guapa.   

Tiene una buhardilla en la Place Dauphine, en París. Es una casa pequeña, un "pied-à-terre", con suelos entarimados a la francesa, puertas blancas y dos balcones estrechos por los que entra la  luz. La luz de París.

Dicen que París es para los enamorados. Y es lo que ella intenta recoger en sus fotos. Allí, su ritmo es otro. Procura salir temprano, casi de madrugada, cuando las calles aún palpitan adormecidas y el sol comienza a bañar las fachadas. Camina, recorre las plazas, callejea. Busca los sitios conocidos y se pierde para encontrar nuevos rincones escondidos que atrapar con su cámara. Fotografía chaflanes, mercadillos y terrazas. Pero lo que más le gusta retratar  es la cadencia de la ciudad y ya hace mucho tiempo que perdió el miedo a hacer robados.

Procura siempre reservarse un rato para deambular por el Louvre. A veces también visita el delicioso jardín del Museo Rodin. Se detiene a ver los barcos pasar en alguno de los puentes que asoman al Sena y no perdona una parada en algún café decadente, ni comprar pan. Un par de baguettes siempre, claro.

Al anochecer, regresa a casa. Decorado en tonos tierra, la buhardilla es todo lo que siempre soñó. Paredes forradas de libros, un sofá grande y mullido hecho a la medida de sus siestas, fotos grandes, enmarcadas con passepartout, apoyadas en el suelo. Sobre el viejo velador de mármol herencia de su abuela, cuadernos, plumas y revistas de viajes. Dos viejas maletas hacen la vez de mesa de centro y junto a los balcones, macetas de barro cocido con aspidistra, monstera y cheflera. Se advierte algo de desorden: los cojines amontonados, las mantas enredadas ... Ese pequeño desbarajuste cálido que le proporciona apenas echar de menos a los suyos. Pues cuando está allí se deja arrebatar por la ciudad y se olvida hasta de su familia. Claro que ellos la perdonan, porque conocen cómo es, y saben que, en el fondo, les quiere mucho.

Y aunque le tiene el pulso cogido a la ciudad, deambular por sus calles siempre le resulta de lo más evocador. Cuando aterriza lo hace llena de ganas y expectativas pero siempre se marcha satisfecha y con la cámara y los ojos llenos de tesoros. Y a su vuelta, cogerá el avión pensando en cuándo regresar a París pero deseando volver a casa, con sus hijos, con su marido. Aunque seguirá sin llamar a su familia.

Pero es que ella es de llamar poco.




P.D. Y por si alguien se lo pregunta, las plantas se las riega Philippe, el portero, pues, como todo el mundo sabe, las viejas buhardillas de Paris tienen porteros, educados y caballerosos, aunque algo anticuados y cascarrabias, que se llaman Philippe y acostumbran a regar las plantas.



Foto de ANA GUISADO

1 comentario:

  1. Ayyyyy, no sé qué decir!!!!! Me ha encantado!!!!! Menos lo de llamar; ella es de llamar poco, cierto, pero se esfuerza... y es que el teléfono del otro lado (o al menos uno de ellos) no suele estar operativo...

    Me encanta que hayas vuelto!! ¿Me lo regalarás, de tu puño y letra?

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